jueves, 13 de mayo de 2010

Chita


Cada vez que entro por la puerta de su pequeño restaurante turco, su cara se ilumina. Él ya sabe que no hay posibilidades entre los dos, pero sigue siendo tan agradable como el primer día. Me adjudica una mesa, la mejor, cerquita de la ventana. Se aproxima a mi, como quien camina de puntillas por su casa a altas horas de la madrugada para no despertar a nadie.
Libreta en mano me mira y me sonríe. Sopa de pollo, chuletas de cordero, tanto da lo que le pida, porque lo único que el desea es que le mire... y yo le miro, pero le miro con admiración. Qué habrá visto este hombre en mi? Resulta curioso como se paraliza todo el restaurante cuando yo levanto mi mano para pedir cualquier cosa, es como si se detuviera el tiempo. Yo estoy allí, y él está allí para mirarme. No voy a dejar de ir, no será una historia de amor, los dos lo sabemos, pero es una historia peculiar y me hace sentir como en casa. Lo dicho, sopa de pollo, una cervecita y unas chuletas de cordero.

Londres 2010


No hay comentarios: